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Cuando viaje por Sudamérica por cerca de 3 años, específicamente en Argentina, el proceso de paz con las Farc fue una sorpresa, levantando la esperanza en el pueblo sudamericano, y en aquellos que nos encontrábamos fuera de nuestro país. Quienes a la vez nos preguntábamos algo tan básico, sobre como Colombia había podido sobrevivir a más de 60 años de conflicto armado. Al mismo tiempo dentro de Colombia se generaban posiciones encontradas, lo cual conllevó a politizar este proceso de paz como una campaña de miedo y odio donde la guerra no podía parar; el resultado fue la pérdida del plebiscito increíblemente, y el asombro de toda la comunidad internacional, pareciendo que los colombianos se habían acostumbrado a la cotidianidad de la violencia y la muerte, cosa que en ninguna cabeza cabía.
Sin embargo, con todos estos problemas y con unos cambios concertados con opositores se llevó a cabo este proceso de paz, reformándose y generando la anhelada firma que a la postre hizo que Colombia tuviera la menor cifra de soldados muertos en este conflicto, a que 7 millones turistas extranjeros vinieran en el 2018, y que por primera vez, se conocieran todos los horrores de la guerra por medio de las comisiones de la verdad para no repetir la historia, algo que colocaba en peligro el statu quo.
Este riesgo era previsible, ya que quienes viven del odio y la guerra en Colombia no podían perder sus banderas de posicionamiento, hablamos de los señores que promueven las tesis guerristas tanto de la “seguridad democrática”, como de los energúmenos trasnochados que vimos anunciando la creación de una nueva guerrilla, y que no entienden que somos un mundo de ideas donde sus tesis ya no tienen cabida; pero lo que si queda claro con lo anterior, es que ambos se necesitan mutuamente.
¿Qué hacer ante la perplejidad y angustia que sentimos miles de colombianos y colombianas que aún apostamos a la paz, y a este proceso? No queda más sino movilizarnos en todos los medios, rechazar las políticas de ambos bandos y formar un bloque Pro-Paz que no tenga nombre ni cabeza visible. Pero que como lo afirma Antonio Negri, tenga una multitud que sea capaz de paralizar el país y exigirle al gobierno nacional que este representa una nación, no un partido político que de a poco incentiva la destrucción de este proceso. Rechazar a ambos bandos como energúmenos de la violencia y la guerra es imperativo, ya que esto no se trata de izquierdas o derechas, porque al final no podemos seguir siendo la carne de cañón de "pseudo-lideres" quienes nunca ponen los muertos. OTRAS COLUMNAS |
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