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La masacre de los 8 jóvenes en Nariño, y 5 niños en Cali, sumado a millones de personas que se debaten en la angustia incesante por cuenta de la pobreza, el desempleo, el cierre de sus negocios de toda la vida, la corrupción, y la precariedad de un sistema de salud que ha colapsado ante la pandemia, nos debe poner en estado máximo de alerta en una Colombia, en la cual su famosa “independencia” no es más que una utopía aún no encontrada.
Parte de esto es el resultado del modelo social y económico establecido en las últimas décadas, el cual, bajo la concentración de la riqueza en unas pocas manos a través de la violencia, así como el caudillismo de ciertos personajes nefastos, los cuales hoy intentan arrodillar el estado y sus instituciones porque no les sirven a sus intereses, les sigue interesando un país violento, pobre, analfabeta que sea proclive a sus intereses electorales y mezquinos, con tal de seguir conservando su poder. El resultado lo está viviendo en carne propia no solo la denominada población vulnerable, sino también la llamada clase media.
Así mismo, la gravedad del asunto radica que ante la desesperanza actual se intenta justificar la muerte bajo cualquier pretexto, cuando lo lógico sería indignarnos fuertemente por cualquier muerte a causa de la violencia y la desigualdad social. También, junto con el evidente fracaso por parte del gobierno nacional en el manejo de la pandemia, se ha acelerado esta desesperanza al haber permitido la mercantilización de sectores básicos para la vida misma, como la salud, la educación, el acceso al agua y hasta el mismo estado, que han sido coaptados con fines de lucro y ganancia bajo el supuesto de una “eficaz y eficiente” administración.
Cambiar este panorama será complejo, pero no imposible, si entendemos que se requiere buscar la confluencia de todas aquellas personas, movimientos sociales, activistas, estudiantes, docentes, trabajadores, pequeños empresarios, entre otros; que apuesten a una verdadera opción donde la vida sea sagrada en todos los sentidos, esto más allá de la falacia barata del actual gobierno que cree que todo se logra con militarización de la sociedad misma. Si logramos en estos momentos establecer verdaderas redes sociales, económicas y humanitarias en nuestros territorios, donde prime la organización social y la vida misma, lograremos contener en cierta parte toda la tragedia social y económica que estamos viviendo.
También será necesario desde ya ir teniendo un horizonte de confluencia alternativa, alejado de los sectarismos, que rompan con este desastre en el cual nos han sumido los últimos gobiernos nacionales que hoy se perpetúan en el poder con falacias e intereses. Esto solo será posible bajo la construcción de un nuevo pacto social amplio, fuerte, plural y sincero, como alguna vez lo propuso el mismo expresidente “Pepe” Mujica. Colombia no puede seguir siendo lo que vemos hasta el momento: un país para pocos, desigual, violento, injusto y concentrado, ya que tarde o temprano esto nos pondrá a todas y a todos en riesgo de muerte, ya lo estamos viviendo. Paz en su tumba a estos inocentes jóvenes y fortaleza a sus sufridas familias, Colombia esta de luto.
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