Las imágenes por estos días ocurridas en las playas de Barú, Cartagena, donde miles de turistas atiborraron este hermoso sitio superando su capacidad de carga, la cual es de tan solo 3000 personas diarias, ha dado la vuelta a Colombia por el marcado deterioro ambiental y social que está sufriendo este ecosistema; además de los evidentes problemas que se comienzan a generar en la salud pública para turistas y nativos de la zona, lo cual coloca en riesgo la vida natural, social y económica de este lugar.
Pero este tema no solo es recurrente en Cartagena, sino en toda Colombia, ya que es un hecho que con el proceso de paz efectuado, el turismo nacional e internacional se disparó de forma exponencial, fueron cerca de 7 millones de turistas extranjeros que visitaron nuestro país en el 2018, algo que no se tenía previsto, y aún más, sin la preparación adecuada y suficiente para afrontar los nuevos retos, lo cual de a poco pasa de ser una oportunidad a convertirse en una verdadera amenaza de seguir siendo explotado de la forma en que se viene haciendo actualmente, es decir, sin tener en cuenta los factores ambientales, sociales y económicos que se asientan.
Lo anterior hace que se requiera de un nuevo abordaje por parte de los gobiernos nacionales, regionales y municipales, pero en especial desde las comunidades nativas en generar alternativas que permitan aprovechar el turismo sin afectar los ecosistemas naturales, sociales y económicos de sus regiones. En este sentido, la formación de cooperativas y asociaciones turísticas en determinadas regiones, bajo un enfoque postdesarrollista, que tenga en cuenta los derechos de la naturaleza y la educación permanente, tanto a locales como a visitantes, puede subsanar estos peligros anteriormente mencionados, y por ello traer un equilibrio a largo plazo sin poner en riesgo el futuro de sus habitantes.
Ejemplo de lo anterior ha sido, en cierta parte, lo que se ha logrado con el Parque Nacional Tayrona, donde las comunidades indígenas han asumido un rol preponderante con el fin de preservar estos territorios sagrados y regular la explotación turística mediante la aplicación de sus saberes ancestrales, y también, por el manejo de expertos de Parques Nacionales, quienes realizan un control constante sobre el impacto de la huella ecológica generada, y su capacidad de carga para que estos territorios no estén en riesgo.
Es por ello, que, desde la perspectiva de un verdadero un turismo sostenible, este debe ir en dirección de convertirse en social, comunitario y solidario. Ya que desde este enfoque permite la apropiación y cuidado con los mismos habitantes y nativos, manteniendo un ecosistema natural, social y económico, el cual también requiere del acompañamiento permanente del estado y de las universidades. Cambiar el modelo de turismo hasta ahora en Colombia es más que necesario, las consecuencias de no hacerlo ya la estamos viendo.
|